Matar a un ruiseñor


La primera aparición fulminante la tuvo luego del incidente en el cual Colombia so pretexto de tener la posibilidad única de matar a un capo de las FARC, invadió territorio ecuatoriano violando la autonomía y las fronteras de su país vecino. Siendo hablado por el imperialismo yanki, el entonces presidente Uribe adujo que era una oportunidad única para deshacerse de ese eje del mal. Se tuvieron que juntar los presidentes de la región para desactivar una posible escalada bélica entre ambos, de la cual Chávez hubiese participado gustoso contra la Israel latinoamericana.

Grandes horas de tensión y debate, un Correa viril vestido con los ecos de sus pueblos originarios, graduado universitario con máster en Europa y un doctorado en Economía en EEUU, hacía el ferviente intento por no trompearlo a Uribe y mantenía con firmeza la distinción que posibilita un buen funcionamiento de lo simbólico: el representante y lo representado. Hacia el final del encuentro se llegó a un acuerdo de paz, se dieron la mano –no un abrazo- pero Correa dijo que como presidente de Ecuador daba por zanjada la cuestión pero que “soy un hombre de carne y hueso y moriré indignado con los que agredieron a mi patria”. Por un lado el estandarte, por otro el hombre.

Hace unos días no sólo lo quisieron derrocar sino que lo quisieron matar. Y él fue a meterse al centro mismo del lugar donde olía a magnicidio, a poner el cuerpo tras la envestidura. Y allí, frente a los centenares que lo querían voltear, salió al balcón y pronunció una de las frases de la década sin dudas: “Si quieren matar al presidente, aquí está, mátenlo si quieren pues, mátenlo si tienen valor, en vez de estar en la muchedumbre cobardemente escondidos […] si quieren destruir la patria, aquí esta, destrúyanla, pero este presidente no dará ni un paso atrás. Viva la patria”.

Su lenguaje no verbal acompañándolo, aflojando su corbata para mostrar el cuello, ancestral lugar para dar fin a una vida ante la postura imperturbable de sus escoltas. Y aquí lo interesante es este arrojo donde a Correa no le importaba ser asesinado, el pedía que mataran al presidente, no tanto a el. He escuchado en algunos medios una acusación de que Correa estaba haciendo una telenovela. Dios mío, eso es o bien ser un ignorante o un hijo de puta. Es mentira que no existen los ideales ni las ideologías, me he cansado de ponerlo en relieve desde este panfleto virtual, hay causas por las que morir, además, si uno es presidente: ¿Qué lugar más cercano a la épico puede haber? Es verdad que se puede obviar ese honor, ya sea yéndose en helicóptero o vendiéndole armas a países hermanos para guerrear contra otro de la patria grande.

Correa fue al lugar, dio la cara, puso el cuerpo y finalmente intentaron matarlo sin suerte por haber dudado en el momento preciso, quizás esa figura demasiado potente que los incitaba a cometer el acto los inhibió de momento, compró tiempo y dejó todo muy en evidencia. Hay un momento para todo y aunque parecía un escenario similar al que asesinaron a Allende, no, no podía ser, porque Allende murió con dignidad y en un espacio cívico, hubiese sido una injusticia poética si Correa hubiese muerto en tierras policiales.

Entre varias cosas me quedé pensando en las frases dichas en los momentos de máxima tensión y en el posterior a su liberación. Esta hipótesis: en los momentos de extrema tensión, de vulnerabilidad y encerrona, la chispa creadora toma el timón del habla, surgen las frases célebres (“la más maravillosa música”), frases que surgen de la combinatoria de lo único, ya que como no se sabe bien que decir, hay que decir cosas nuevas o de otra manera, en cambio en el alivio, la distensión, la homeostásis y la alegría uno hace más uso de las frases hechas, de las frases ya probadas. Ejemplo: “Salgo como presidente o como cadáver” versus “no habrá olvido ni perdón” una vez ya liberado. Una digresión.

A la distancia y sin conocer mucho de la realidad ecuatoriana, yo me sentiría reconfortado por un tipo así. Qué sabrán Kissinger, De la Rúa, Menem y la CIA sobre el honor. 


Su discurso en la ventana


La balacera


Un análisis interesante de la tv yanki sobre la CIA y su responsabilidad

4 comentarios:

Bochi | 2 de octubre de 2010, 10:49

Excelente texto Didier, cuando se asomó al balcón fue impresionante, Correa mostró un honor y una dignidad que para los que no entienden de pasiones fue "sobreactuación" o "exponerse demasiado". Pobres ellos...

Ricardo | 2 de octubre de 2010, 13:14

Ese gesto fue de una dignidad y una valentías tan grande que creo puede haber sido decisivo en la resolución satisfactoria de este Golpe.
Pleno siglo XXI y siguen apelando a la tradición de la Escuela de las Américas. Ya sin la excusa de la Guerra Fría.

Saludos.

Martín | 2 de octubre de 2010, 14:53

Lamentablemente soy un hijo de puta o un ignorante. Esta era no permite épica alguna. Probablemente si hubiésemos visto por tv a Julio César decir "Tú también, hijo mío", habríamos pensado: "Eh, está actuando el chabón, qué hijo de puta, mirá el teatro que hace". Genial texto. Saludos.

Lisandro | 4 de octubre de 2010, 10:40

Gracias Didí.

Ricardo, es verdad,tuvo que salir antes que lo hicieran cartera, fue un momento histórico muy impresionante. También que haya estado hablando en los medios todo el día ayudó a que no lo boletearan me parece.

Es verdad Martín, ese Julio Cesar despues iba corriendo a Argentores a buscar sus 120 pesos... la épica murió con el Rivotril y la canción "aquellas pequeñas cosas".

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